26 de abril de 2009

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Otra marabunta de turistas pisotea su sombra, y casi diría su alma. Para ellos no es más que parte del escenario por el que se mueven. Quizá si se hubiese disfrazado como el de allí enfrente o tuviera unos pechos antigravitatorios como la chica de la esquina se percatasen de su existencia. Pero en esta selva urbana incluso un escaparate llama más la atención que una persona. Cuenta una y otra vez con sus dedos llenos de mugre las escasas monedas que apenas alcanzan a cubrir el fondo de la gorra; unos dedos amnésicos, que ya no son capaces de componer ni una leve caricia. Mientras tanto, su cabeza hace eclipse con el mediodía. Y cuando el cielo barcelonés se empieza a nublar y caen los primero goterones, alza el rostro para que se diluyan con los que ruedan mejillas abajo, y hasta el suelo –plof-. Parapeta su cuerpo menudo bajo unas revistas en las que él era portada, un artista, el rey de su mundo. Y ahora, el rey del submundo.
Raquel Silva León
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SEPIA

Después de todo, no eras difícil.
Era ese hoyuelo de tu mejilla izquierda
lo mordía, se escapaba,
sombrearlo, borrarlo, arrugar tu cara
patrimonio de la humanidad
(acabó en la basura)
No, no eras difícil,
la mezcla de poesía debajo de las cejas,
los retazos de insomnio, las ojeras
moradas, tan marcadas
el billete del autobús arrugado en el bolsillo,
veinte céntimos,
tu almohada,
se escapa un bostezo rezagado.
No eras tan difícil.
Llenar los pulmones de cielo
morder orejas,
versos callejeros con patas,
carboncillo,
buscando hacerte reír y perdiendo otra vez al buscaminas,
alguna que otra mirada acaramelada,
(imaginaciones tuyas)
Y llueves
repasar los bordes de una sonrisa inventada
un beso esperando en la comisura de los labios
y un hoyuelo…
arrugado, en sepia.



María Coll Fernández


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DE NOMBRE ENRIQUE

El día que comenzaste a usar la palabra imbécil
como un te echo de menos por teléfono,
se cayeron todos los pósters de tu habitación.
Se vinieron abajo las vidas sin nosotros,
el volver, las palabras tuyas,
Zamora por la ventana.
Nuestro querido Lorca fue el último que se mantuvo en pie,
mirándonos fijamente, como si supiésemos extraer poesía
del fondo color azul.
Comenzaron a aparecer por el suelo las manchas de vino
de los vasos de plástico que se nos habían roto
a partir de las 3.45 de la mañana día sí y día también.
El Instinto Animal se borró de tu ordenador
y tu ordenador también se te rebeló
y tú gritabas y yo te oía a cientos de metros de distancia
y me fui a gritar contigo
porque te había pegado un salto la tristeza,
la nostalgia, la melancolía y todas esas
palabras que significan echar de menos
por entre la letra Q y la T.
La A tampoco funcionaba y ya no podías
escribir mi nombre entre las cosas que no te decía,
que todo se asemejaba al final
a la historia de estar sentados mirando la lavadora.
Yo pasaba cada tarde a verte,
a dejar el hueco de mi espalda en tus cojines
mientras contemplaba tus calcetines sucios
De aquella noche tan elástica, tan de Delirio y lo que vino después:
Con Madriz, Madriz a flor de piel,
Los arrebatos de la calle de la Palma (Tribunal),
Los abrazos rotos que estrenábamos cada vez que cogías el bus y te ibas
y a los cinco minutos sonaba el móvil…
Pero decir imbécil por teléfono no era la mejor idea,
que si no había que recurrir al salvavidas de García Montero
y sabíamos de más de tu fobia a las despedidas en Atocha.
Y es que a veces parecemos los chicos más tristes de la ciudad.
Será por hacer del pasillo que separa nuestras habitaciones
un tren de alta velocidad
de nombre Enrique.





Ana Castro



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¿
No
debería ser a
veces más fácil, más
cierto, con el tiempo que no
acompaña, aprender a escapar, a
discernir lo (in)correcto de nadar
bajo el subsuelo? el estómago tiene
razones que un poema no comprende:
las pasiones humanas, los insomnios
venideros con el grifo de fondo,
las cañerías sin salida,
el yo sin
artificios,
las tenta ciones que
con cebo se disfrazan
En preg untas
sin luz.
Silvia Guerrero Rosa
:.
.
Algas. Sus besos fueron algas
enredadas en agua de mar. Algas
en dos mares que se encuentran. Algas.
Dulce Chacón
Siento el vértigo a la orilla
de mis labios.
Un desacato de tus manos a
mis límites.
Una argucia de tu mirada
atravesando muros de papel.

La espina dorsal se me fractura
en mil pedazos
recorrida de punta a punta
por la punta de tu lengua.

La garganta se me llena, se desborda
de latidos de corazón
de órbitas
alojadas ya, en el cielo de mi boca.

Se me desgarran las cuerdas vocales
de columpiarme entre tus piernas,
entre resuellos de agonía
entre mareas inciertas.

Cierra el grifo que derrama
humor, trapecios y toxinas destiladas
entre tus sábanas.
Marta F. Sereno
:.
.

Por aquel entonces si me decías “ven aquí, amor” y las agujas del reloj paraban en seco, despertábamos y te enredabas en mi almohada. Te quedabas allí para siempre, convertido en colonia Calvin Klein, en noches sin dormir y escondiéndote en sueños. Pero siempre llegaban las 21:00 y desaparecías. Esas noches, yo siempre acababa en el baño, perdiéndome en la silueta de mi sombra, desafiando las madrugadas, y venciendo el paso del tiempo acabábamos como siempre: en las mismas obsesiones de lunas a jueves, viernes descanso y el sábado volver a sentirte, el domingo perderte. Empezar. Acabar. Y tirar el reloj a una esquina del cuarto, tachar el calendario y aprender que tú no estás y que las moléculas de aire que respiro huelen a gasoil o goma quemada. Un día más de enero o febrero. Y en cuanto a los príncipes azules, siguen ahí, en un cuadro en la pared. Eso, los de antes. Los de ahora, son de barrio, quieren ser bomberos, socorristas o actores de cine. Sin embargo, Julieta no existe. Y yo, mientras tanto, bajo despacio del coche y mis canciones siguen sonando, como por inercia. Minutos después se acerca y el asiento aún sabe a mí, pero desaparezco. Y le quieres. Siguen sonando mis canciones pero yo ya no existo, ahora solo están tus besos, los suyos y el amor, apasionado, empañando los cristales del BMW, donde minutos antes nos sonreíamos y me mirabas con cariño cuando prometía quererte siempre.
Ahora, el ascensor sube uno a uno los pisos y tú te alejas despacito, en tu coche, prometiendo amor, regalando besos, viviendo sin mí.
Y sin embargo, he crecido de golpe. A golpes.
Y los príncipes, en realidad, se van unos con otros.



Rocío García Rubio

SIN TÍTULO

Quería un mundo perfecto, aunque siempre supo que la idea de una utopía no era del todo posible. Quería olvidarse de su trabajo y volver a su infancia, a los tiempos en los que únicamente tenía que preocuparse de no ensuciarse la camisa cada vez que subía a un árbol; pero sabía que tenía que seguir siendo adulto durante oros cuarenta y cinco años más o menos. Quería estallar y espetarle a su mujer que era homosexual. Quería espetárselo también a la secretaria que cada mañana le tiraba los tejos. Quería tener hijos y saber qué era eso de “la crisis de los cuarenta”. Quería ser una rock’n’roll star.

Quería, hubiera deseado que todas esas ilusiones fuera posibles.

Pero no era así. De ese modo decidió marcharse. No necesitaba nada allá donde iba, ni siquiera sabía cuál era su destino. Miró el reloj: las cinco y veintisiete de la mañana. Abrió la puerta, no sin antes dejar sus llaves y aquel aparato que tanto odiaba sobre la mesita auxiliar.
-Espera- escuchó una voz tras de sí. Su mujer, aún en camisón, se había levantado, sin saber muy bien lo que pretendía su esposo.
Él no dijo nada, únicamente salió y cerró la puerta. Ella, desconcertada, quedó unos minutos clavada en el suelo. Volvió a abrirse la puerta. La cara de su marido apareció de nuevo por la apertura.
-Soy homosexual.
Se cerró la puerta, esta vez para siempre.



Marina Sánchez Burgos


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YA NO PUEDO SER TAN GENEROSO

Antes, mucho antes
hacíamos nuestras las frases
que a la hora de la siesta
pronunciaban los protagonistas.
Luego el descampado nos servía como escenario.
Alguna vez me percaté de tus palabras de guión
y entonces reíamos.
Debió de ser uno de aquellos días
cuando volví corriendo excitado
gritándole a mi abuela que por primera vez
había recorrido solito la calle hasta la plaza.

Por qué los gatos se cobijan
entre las chumberas, papá.
Qué significa chupón (siempre que marco goles).

Dejamos de bajar al parque
y creímos dejar así los juegos
muy lejos de tu cuarto.
Medíamos los silencios de las películas.

Mucho después de haber memorizado las oraciones,
de haber quedado bien a ojos de todos,
se había esfumado la merienda y tuve que descubrir
que las galletas, las miradas, podían entrar
y salir sin control de mi cabeza
(por no hablar de mis manos).

Pero estas palabras son sólo una mala excusa
por haber dejado tu cama de repente,
por quebrar impasible de un portazo
esa pantalla por la que se deslizan lágrimas tuyas.
Una imitación
de los cambios de humor de mi padre.




Eduardo Aceituno Martínez


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Tus labios de hielo
Se tensaron…
No en sonrisa
Sino en mueca.
No en beso
Sino en mordisco.
No en piropo
Sino en insulto.
No en caricia
Sino en golpe.
No en palabra
Sino en gruñido.
No en canción
Sino en grito.
No en poema
Sino en crítica.
Solo digo:
Amor y odio
El mismo instrumento
Comparten.


Rocío Iglesias de Haro

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-¿Por qué no le resucitamos?
- Lo siento, pero hace mucho tiempo que Pepito Grillo murió.
- ¿Y Peter Pan?
- ... entró en coma.. así que.. está ingresado en el hospital en estado vegetal.


Tal vez.. algun día.. resucite.



Rachel Kemp



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OTRA OPORTUNIDAD

La luz era cegadora. Se incorporó y miró a su alrededor. No sabía dónde estaba.
Estaba rodeado de lo que parecía un desierto infinito, en el que la luz solar abrasaba cada metro cuadrado de arena.
Él no sabía el motivo por el que se encontraba allí. No recordaba dónde estaba antes de despertar en aquel infierno sin sombra.
Mientras pensaba en todo esto y en qué hacer, una intensa ráfaga de luz volvió a cegarle. No era luz solar. Esta ráfaga inundó todo el cielo, reduciendo su imagen visual del mismo a un fondo blanco que hacía que sus párpados se cerrasen.
Paró. Todo volvió a ser normal. Bueno, no tan normal.
Ahora se encontraba en lo que parecía ser el fondo de un barranco, en el cual había un pequeño arroyo que se perdía entre una densa capa de vegetación unos metros más adelante.
Mientras inspeccionaba el lugar con la vista, llegó a ver un coche calcinado que yacía volcado junto al arroyo. Se acercó, ya que, por alguna razón, le resultaba familiar. Todo era muy confuso.
Cuando se hubo acercado al coche, pudo ver que había manchas de sangre en algunos guijarros cercanos a uno de los laterales del automóvil. No tardó mucho en darse cuenta de que formaban un rastro que se dirigía al lugar en el cual se perdía el río.
Aquello era muy extraño, aunque ya no sabía muy bien a qué atribuir ese adjetivo, visto lo visto.
Antes de poder empezar a seguir el rastro, otra ráfaga de luz idéntica a la primera volvió a cegarle. ¿Dónde aparecería ahora?
Abrió los ojos y lo que vio le sorprendió mucho más que todo lo anterior. Aquello era surrealista, tenía que ser un sueño.
Se encontraba en una oscuridad absoluta y gélida. No había ni arriba ni abajo. Era totalmente abstracto.
Una voz grave y sin origen visible, pronunció las siguientes palabras:
“Has estado a punto de pertenecerme, pero aún no es tu hora. Tienes otra oportunidad. No la desaproveches.”
Dicho esto, una tercera ráfaga de luz consumió la oscuridad.
Abrió los ojos una vez más. Ahora estaba en la habitación de un hospital.
Minutos más tarde fue informado de que había estado en coma durante varios días tras sufrir un accidente de coche. Parecía que, al fin y al cabo, iba a tener otra oportunidad. Otra oportunidad para disfrutar una vida que casi le fue arrebatada.
Francisco José Ruiz Pérez
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CARTELES DE NEÓN Y AÑOS DE SOBRA



-¿Me retas?

Colocas carteles de neón sobre tu mirada
Rubíes a las 12 en punto
Y me encuentro con tus ojos con los que ya me hipnoticé hace tiempo

Y has empotrado en tus labios
Imanes de carmín soluble

-Besa, bésame

-Y ya lo sé
Me sumas 13 años

Pero todos hemos tenido 12
Hay quién los deja dormir
Otros los entierran en pintura
En denuncias
En temerarias carreras a doscientos kilómetros por hora

-Tu corazón, ponle el casco
Vaya a ser que aterrice en mis manos

Yo los paso escribiendo
Soñando en un reloj cuyas agujas se detienen siempre en ti
Pobre de él
Se le acabaron las pilas

Soñando en mis sueños un sueño que soñó contigo
Buscando a alguien como tú,
Que nunca exististe
Pero a quien prefiero ante cualquier otra alucinación

-¿Me retas?
-No, soy sólo un sueño.




Victoria Castillo Ávila

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LA VENGANZA DE LA LUNA

Selene.
Te veo todas las noches, Selene.
Ante mi ventana, grande, vaporosa, eterna.
En mis sueños te veo, Selene, bajo tu eterna luna roja.
Al amanecer tu recuerdo me castiga.
Al anochecer tu presencia me atormenta.
En mi sueño, contemplas la sangre en mis manos.
Tu sangre.
Ya no eres vaporosa, ya no eres grande.
Tu cabello de seda se enrosca en mí.
Pero no es seda: es fuego.
Quemas mi cuerpo y mi alma
Hasta que el sol logra rescatarme
Y una oscura lágrima de sangre me recuerda
Que esta noche regresarás.
Selene, siniestra Selene de la luna sangrienta.
Mi cuerpo hace tiempo que fue pasto de los gusanos.
Pero la furia de mi Selene no es mortal,
Y mi alma descansará en el fuego de esta eterna luna sangrienta,
Sin sol ni esperanza,
Sólo Selene…
… y la sangre en mis manos.




Mª del Rocío Varela Martín



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22 de abril de 2009

VitalAssistant/Oximesa

Tiene los ojos como canicas,

pelotas de golf de cristal

veneziano, amarillas por

la edad y por el tabaco.

Deja caer la ceniza

y araña al gato

al reflejo del zapato

disfrazado de betún mal extendido.

Habla un canoso Matías Prats

sobre inflación, un robo o la

última violación (morbo morbo

queremos a la audiencia).

No aguantar el enfisema,

no llegar a la bombona de oxígeno

y regular los minutos de su vida,

prolongarla. Por llegar no llega

ni al botón verde botella

de VitalAssistant para hablar

con una desconocida llamada Hanna

que lo escucha mientras come

arroz blanco sin hambre y sin

hombre al otro lado de la mesa.

Las canicas se apagan, se desligan,

se vuelven pétreas.

El oxígeno dicta sentencia:

Oximesa llegó tarde otra vez.

Y en la canica un capilar

hace plaf, y Hanna no lo

escucha, no lo oye no lo siente,

no le llora a los muertos al otro

lado de una línea gélida e

ingrávida.

RIP. DEP.

Jose Alberto Arias Pereira

21 de abril de 2009

EN PRIMERA PERSONA

Siento. Caricias de manco,
con varices por dedos.
Noto. El corazón en un puño
y en mi pecho, el hueco.
Saco. Frases calvas,
sin lenguas en el pelo.
Veo. Camaleones daltónicos
incubando plastidécor.
Busco. Una muerte a plazos
y, de regalo, el vídeo del entierro.
Rebajas.
¿Cuánto versos por ciento?
Ofrezco. Pañuelos en la lluvia,
para sonarse los consejos.

No creo. En los fantasmas
que salen en la tele.
Fe. Cada bostezo
es un suspiro diferente.
Pero miento. Siempre en primera persona,
nunca en complemento indirecto.

En verdad,
siento tu hipótesis
cosquillear a lo octavo pasajero,
tengo tus iniciales
cosidas a los sesos,
toso pompas de ficción
y sigues en sus reflejos.
Busco.
Sueños no vinculantes
en los que darte por hecho.
::


Javier Lara Peinado
.
La encontré en medio de la noche
A veces solo recuerdo sus largos cabellos
Y he pasado mis últimas noches contemplándola.
Ella no habla, ni mira.
Solo siente.
Me siente.
Para sus ojos el mundo era un misterio.
No sabía que solo existía para ella.
Tuve que decirle: Estoy muerto.
Sé que me sigue esperando.
A su fantasma.
A su sueño.
::
Carmen Romero Lorenzo

DESPEDIDAS

Quizás, cuando se iba,
su voz silenciosa fue un grito,
una llamada anónima en medio del desierto,
un grito desvirtuado por la nada,
entumecido por el miedo,
a marcharse y no saber por qué,
a quedarse y resultar herido.
Quizás solo pidiese
un último tango en París,
una luna llena en el cielo estrellado,
paz en sus ojos marchitos.
Quizá se fue y no quiso,
o quizás no se marchó y vaga sin rumbo
en el espacio que queda entre el olvido y el recuerdo,
entre la calma y el nerviosismo agudo,
entre la muerte y la vida,
entre el fin y la nada,
en la lejanía de un recuerdo vago y falso.




:.

Lucía López Zurita


ASFALTO


Gasolina palpitando en mí,

quema el asfalto,

arden mis ojos combatientes.


Estrellas fugaces

con tubo de escape.

Atiza mi pelo el viento,

ansias de libertad.

Piel de cuero al sol,

salvaje tiempo,

despiadados remordimientos.

Play: a mi cinta favorita,

Stop: al retrovisor.

Dinamita se cuela entre mis dientes

y atrapa mis palabras.


La lucha de los neumáticos

contra las garras del espacio.


Escupo pretextos

sin ganas de convencer.

Me filtro entre el cuentakilómetros

y las ganas de escapar.

Ruta perdida

en mapas divergentes.





::


Ainara Domínguez Andrades





18 de abril de 2009

Cadáver Exquisito

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Guarda carne
en la nevera,
con imanes de colores
y una nota de suicidio saltando por la ventana.
El negro inundó su vida no hacía mucho,
generando oleadas de sinsabores y dulzuras
incontroladas, despintando el norte de su mapa.
Busca tus huellas sobre el colchón, el carmín de sus besos se traspapeló
en su piel. Muerde el mañana y escupe en el pasado, como si se tratase
de una fruta sumamente amarga. Por eso decidió tomar su abrigo y salir, salir al mundo:
quería comérselo, devorarlo, desgarrarlo como una bestia hasta que se consumiera el dolor
que le quemaba por dentro.
Por eso decidió que debía escapar de toda vida, llena
de pequeños detalles que parecían especialmente elegidos
para hacerle sufrir y destruir aquellos sueños que ya solo
existían en su mente. Gran (de)mente. Era lo que decían siempre
de él cuando vagabundeaba por las tascas para ver encenderse
el cielo y apagarse las luces.
A veces, a la vuelta, lo cogen las luces de la mañana: el sol que se
enciende, la vida que empieza a fluir entre las calles. Y, en medio
de toda esa vida que avanza, él retrocede, muerto entre vivos, y se escabulle
entre las grietas.
Supongo que él tenía motivos para ser una momia viviente, andaba y, se sentía invisible entre la gente, nadie le miraba ni le molestaba,
superficialmente le daba igual, pero posteriormente necesitaba que le mirasen
para que su ego creciese. Era absolutamente necesario pues no tenía muchas esperanzas,
solo quería creer que algún día ocurriría aquello que anhelaba
aunque en el fondo sabía que era imposible. Así que inició el viaje. Iba
apartando a puntapies las naranjas, el granizo que decidía
aterrizar entre su flequillo, algún trozo de arena. Se asomó
a una guardería y todas las niñas diminutas pidieron un deseo
pobre genio, intentando cumplir balbuceos y llantos, traduciendo sonrisas.
Confuso, empeñó la lámpara a un Aladino de mercadillo.
Se marchó cabizbajo. Pronto se arrepintió y volvió a desempeñarla.
Pero con solo una mirada se percató de que el puestecillo había desaparecido.
Buscó el puesto durante horas hasta bien caída la noche.
Aquel puesto que vendía su más preciado tesoro,
el caramelo más dulce en su boca,
aquella cosa que le recordaba a los momentos en que aún era feliz.
Momentos, instantes que se resumían en un suspiro caminando por el paseo marítimo,
con un helado de fresa en la mano. El rompeolas le murmuraba secretos al oído. Sonreía...
Y ni siquiera recordaba por qué lo hacía. Sencillamente se había dejado llevar
y susurraba todas las cosas que esa noche habían empezado a pasar por su cabeza...
Intento buscarme, pero no me encuentro... Sigo sin ver una salida.
Camino por ese camino, ése al que llaman vida y mis ojos no me dejan presenciar.
Al menos, pudo presenciarlo antes de sufrir el accidente que me privó
de disfrutar de ella en su totalidad. El accidente que me privó
del sentido que yo más apreciaba.
Y ácido en las manos. No tengo inspiración, solo babas.
Llueve y lluevo. Pero me llevo la sal en los labios y la guitarra por cuerpo.




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¡Buen Provecho!





Elena Medel






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