18 de abril de 2009

Cadáver Exquisito

.


Guarda carne
en la nevera,
con imanes de colores
y una nota de suicidio saltando por la ventana.
El negro inundó su vida no hacía mucho,
generando oleadas de sinsabores y dulzuras
incontroladas, despintando el norte de su mapa.
Busca tus huellas sobre el colchón, el carmín de sus besos se traspapeló
en su piel. Muerde el mañana y escupe en el pasado, como si se tratase
de una fruta sumamente amarga. Por eso decidió tomar su abrigo y salir, salir al mundo:
quería comérselo, devorarlo, desgarrarlo como una bestia hasta que se consumiera el dolor
que le quemaba por dentro.
Por eso decidió que debía escapar de toda vida, llena
de pequeños detalles que parecían especialmente elegidos
para hacerle sufrir y destruir aquellos sueños que ya solo
existían en su mente. Gran (de)mente. Era lo que decían siempre
de él cuando vagabundeaba por las tascas para ver encenderse
el cielo y apagarse las luces.
A veces, a la vuelta, lo cogen las luces de la mañana: el sol que se
enciende, la vida que empieza a fluir entre las calles. Y, en medio
de toda esa vida que avanza, él retrocede, muerto entre vivos, y se escabulle
entre las grietas.
Supongo que él tenía motivos para ser una momia viviente, andaba y, se sentía invisible entre la gente, nadie le miraba ni le molestaba,
superficialmente le daba igual, pero posteriormente necesitaba que le mirasen
para que su ego creciese. Era absolutamente necesario pues no tenía muchas esperanzas,
solo quería creer que algún día ocurriría aquello que anhelaba
aunque en el fondo sabía que era imposible. Así que inició el viaje. Iba
apartando a puntapies las naranjas, el granizo que decidía
aterrizar entre su flequillo, algún trozo de arena. Se asomó
a una guardería y todas las niñas diminutas pidieron un deseo
pobre genio, intentando cumplir balbuceos y llantos, traduciendo sonrisas.
Confuso, empeñó la lámpara a un Aladino de mercadillo.
Se marchó cabizbajo. Pronto se arrepintió y volvió a desempeñarla.
Pero con solo una mirada se percató de que el puestecillo había desaparecido.
Buscó el puesto durante horas hasta bien caída la noche.
Aquel puesto que vendía su más preciado tesoro,
el caramelo más dulce en su boca,
aquella cosa que le recordaba a los momentos en que aún era feliz.
Momentos, instantes que se resumían en un suspiro caminando por el paseo marítimo,
con un helado de fresa en la mano. El rompeolas le murmuraba secretos al oído. Sonreía...
Y ni siquiera recordaba por qué lo hacía. Sencillamente se había dejado llevar
y susurraba todas las cosas que esa noche habían empezado a pasar por su cabeza...
Intento buscarme, pero no me encuentro... Sigo sin ver una salida.
Camino por ese camino, ése al que llaman vida y mis ojos no me dejan presenciar.
Al menos, pudo presenciarlo antes de sufrir el accidente que me privó
de disfrutar de ella en su totalidad. El accidente que me privó
del sentido que yo más apreciaba.
Y ácido en las manos. No tengo inspiración, solo babas.
Llueve y lluevo. Pero me llevo la sal en los labios y la guitarra por cuerpo.




..

No hay comentarios:

Publicar un comentario