4 de septiembre de 2009

A dos metros bajo tierra

La historia es un correr de nombres, apellidos, paisajes, cuerpos, historias, papeles, caminos, afanes, saludos, despedidas, recuerdos y ambiciones con nuevos nombres de lugares y nuevos apellidos

Luis García Montero,
Mañana no será lo que Dios quiera

Yo voy a morir. Tú vas a morir. Es más, ahora mismo, mientras lees esto, nos vamos muriendo (si yo no lo he hecho aún). Y es que, lo que nos iguala a todos, al fin y al cabo, es la mortalidad. Nacemos para morir años, meses, días u horas más tarde si no nacemos muertos. Nacer muerto es una estupidez; es como ir a Pisa y no ver la torre, como ser cazavampiros y morir de una estacada, como ir al cine y perderte los tráilers (en demasiadas ocasiones, mejores que la película en cuestión). Pero a lo que íbamos. Muerte. En la sociedad occidental en la que vivimos la muerte es un tema tabú. Visitamos los cementerios en ocasiones contadas, usamos el tema para asustar, compadecemos a los muertos y allegados de estos… y olvidamos, en esta visión egocéntrica de no-veo-más-allá-de-mi-puto-ombligo, olvidamos, digo, que día a día hay gente que tiene que lidiar con la muerte como parte, y a veces esencia, de su vida: médicos, enterradores, párrocos, directores de funeraria… Pero qué mal vistos están casi todos: los párrocos se lo han buscado; los enterradores y empresarios de pompas fúnebres, no. Es fácil imaginar a un señor alto, estirado, delgado y de piel cetrina con un metro en la mano y la sonrisa helada de un buitre buscando a su próxima víctima. Pero no, señores, ellos no eligen. La Señora Muerte es caprichosa.

Érase una vez un despacho de mesa alargada llena de ejecutivos bajo el lema HBO. Una mujer sugirió, casi como con vergüenza, que podían hacer una comedia sobre una familia propietaria de una funeraria. Los otros ejecutivos la miraron con recelo y le rieron la gracia, pero siguieron a lo suyo, cada cual imaginando a una familia alrededor de una mesa, los niños jugando con el puré ajenos a que debajo papá embalsamaba a la señora Holloway. La Ejecutiva Avispada fue al cine algo mosqueada y vio una película que cambió su perspectiva del mundo. La película arrasó su año en los Oscar y decidió que debía hablar con su guionista, un tal Alan Ball. A Mr Ball le gustó la idea mucho e ideó al instante su propia imagen de la serie, algo distinta de la de los Ejecutivos Aburridos. Escribió el guión para el piloto y se lo enseñó a la cadena; “Queremos más subversión”, dijeron ellos, y él lo flipó y se puso a desfasar, buscó a los mejores guionistas con los que había trabajado y escribieron la primera temporada de una serie sobre la muerte. Rodaron los 13 episodios antes de estrenarla. Arriesgaron.

Papá Fisher tiene una funeraria, fuma mucho y a los cinco minutos de episodio muere. Ruth Fisher se queda viuda con tres hijos muy distintos. Nate, el mayor, independiente, que no quiere saber nada de muertes; David, que trabaja en la funeraria, es gay y lo mantiene oculto; y Claire, una adolescente pelirroja que juega con drogas duras y relaciones tormentosas. A esta familia le sumamos dos más, los Chenowith y los Díaz, y tenemos en nuestras manos una bomba de relojería sumamente estudiada, de tan perfecta, peligrosa. Todos, e insisto, TODOS los personajes de esta serie son de un modo u otro infelices. Como tú. Como yo. Son personas más o menos afables, inestables, sinceras, entrañables, alocadas, dramáticas y humorísticas. La película de la que os hablaba, American beauty, profesaba un humor negro inherente a Alan Ball que, extrapolado a la ¿pequeña? pantalla, despliega todos los matices y armas disponibles en la sensibilidad humana. Ahora ríes, a los cinco minutos estarás llorando. Cinco más, carcajada extra.

A dos metros bajo tierra compartía parrilla con Los Soprano, Sexo en Nueva York, Oz, The Wire… todas series de pata negra sello HBO. Cuando nació en 2001 probablemente inauguró la Edad de Oro de la televisión, y cuando murió en 2005 ya anunciaba el final de esta era: cinco temporadas imprescindibles, de aúpa. A dos metros bajo tierra se planteó como cine independiente, y he de admitir que posee algunas de las secuencias más poderosas que he visto en cine y televisión, si no las más poderosas. La muerte es un tema universal, como el amor, que nunca hasta entonces se había tratado con tanta proximidad y verosimilitud. Es difícil no enamorarse de Ruth, Nate, David y Claire o de todos a la vez, u odiarlos. Porque sus actores se convierten en ellos, dejan de ser Michael C. Hall o Lauren Ambrose: son los Fisher. De Francess Conroy afirmó el mismísimo Arthur Miller que era la mejor actriz viva de su tiempo. Peter Krause pasa de ser el personaje más carismático al más incomprensible y odiado, todo esto sin dejar de ser natural como él mismo. Michael C. Hall (ahora como el descafeinado Dexter) hace una de las interpretaciones, construcción de personaje más soberbia que se han hecho jamás, actor como era exclusivamente de teatro. Y nos (re)descubrió a la australiana Rachel Griffiths, a la que vimos compartir pantalla con Toni Collette en La boda de Muriel. Lauren Ambrose ha madurado y despuntado con su peculiar belleza hasta alzarse como hilo conductor y metafórico de la serie, pero también de la vida tal y como la conocemos.

Cinco temporadas. Sesenta y tres episodios. El mejor final hasta la fecha de la historia de la televisión. En un show sobre la muerte no podían escatimar en fallecidos. Cada episodio comienza con una muerte salvo uno de ellos, sorpresa incluida. ¿Cómo se puede morir? Un resbalón en la ducha, un infarto, muerte súbita, te ataca un puma, te atropellan, haces una a lo David Carradine… El drama de la muerte se convierte en un paso más, en lo mundano, en el día a día.

No es de extrañar, pues, la aparición de actores de renombre como Richard Jenkins, Kathy Bates (maravillosa también como directora), James Cromwell, Patricia Clarkson o Mena Suvari (la Lolita de la ya citada American beauty. Y si seguimos con nombres, tenemos un departamento artístico de primera categoría, y es que el arte es uno de los temas principales de la serie (además del arte de embalsamar). El tema principal, compuesto por…todos en pie, Thomas Newman. Capítulos dirigidos por Alan Ball, Michael Cuesta (creador de Dexter) y Rodrigo García, entre otros.

Vida. Muerte. Sexo. Soledad. Culpa. Homosexualidad. Heterosexualidad. Muerte. Enfermedad. Locura. Amor. Sexo. Desprecio. Desamor. Gritos. Drama. Comedia. Sexo. Violencia. Terror. Pluralidad. Política. Religión. Fotografía. Búsqueda. Viajes. Conciencia. Pareja. Nacimiento. Dolor. Luto. Ironía. Trabajo. Terapia. Muerte. Psicoanálisis. Sexo. Muerte. Vida. A. Dos. Metros. Bajo. Tierra. Amén. RIP.

25 de julio de 2009

Primera hora


A Julia

Se querían. Sufrían por la luz,
labios azules en la madrugada
VICENTE ALEIXANDRE

Tiene dieciséis.
Es rubia. Preciosa. Un bombón.
Él la mira.
La mira y le besa la mano.

Es todo un galán, un Gary Cooper
de piel tostada y boca azul
a la luz del halógeno.
Tiene fiebre y frío y le duele la cabeza,
pero la sudadera roja la viste ella.

-Sé que te gusta que te toque el lóbulo.
Risas perladas de sudor, vómito en el césped,
sangre, ¿sangre dónde?
Un funcionario recoge las calles,
la sombra de la noche los digiere
y envenena con ideas malas.
En el césped, junto al vómito, mejor a pelo,
fuera los profilácticos. Tomo la píldora.

Tuberías que quedan libres, respiras agitado,
agitada
y llega el alba con sus ratas pulgosas
y cucharas para que alguno se ponga
_______hasta
___________ arriba.

¡Corred, insensatos!
Los vampiros ya se han ido,
pero los padres resucitan cada amanecer...

Jose Alberto Arias

26 de abril de 2009

:


Otra marabunta de turistas pisotea su sombra, y casi diría su alma. Para ellos no es más que parte del escenario por el que se mueven. Quizá si se hubiese disfrazado como el de allí enfrente o tuviera unos pechos antigravitatorios como la chica de la esquina se percatasen de su existencia. Pero en esta selva urbana incluso un escaparate llama más la atención que una persona. Cuenta una y otra vez con sus dedos llenos de mugre las escasas monedas que apenas alcanzan a cubrir el fondo de la gorra; unos dedos amnésicos, que ya no son capaces de componer ni una leve caricia. Mientras tanto, su cabeza hace eclipse con el mediodía. Y cuando el cielo barcelonés se empieza a nublar y caen los primero goterones, alza el rostro para que se diluyan con los que ruedan mejillas abajo, y hasta el suelo –plof-. Parapeta su cuerpo menudo bajo unas revistas en las que él era portada, un artista, el rey de su mundo. Y ahora, el rey del submundo.
Raquel Silva León
:.

SEPIA

Después de todo, no eras difícil.
Era ese hoyuelo de tu mejilla izquierda
lo mordía, se escapaba,
sombrearlo, borrarlo, arrugar tu cara
patrimonio de la humanidad
(acabó en la basura)
No, no eras difícil,
la mezcla de poesía debajo de las cejas,
los retazos de insomnio, las ojeras
moradas, tan marcadas
el billete del autobús arrugado en el bolsillo,
veinte céntimos,
tu almohada,
se escapa un bostezo rezagado.
No eras tan difícil.
Llenar los pulmones de cielo
morder orejas,
versos callejeros con patas,
carboncillo,
buscando hacerte reír y perdiendo otra vez al buscaminas,
alguna que otra mirada acaramelada,
(imaginaciones tuyas)
Y llueves
repasar los bordes de una sonrisa inventada
un beso esperando en la comisura de los labios
y un hoyuelo…
arrugado, en sepia.



María Coll Fernández


:.

DE NOMBRE ENRIQUE

El día que comenzaste a usar la palabra imbécil
como un te echo de menos por teléfono,
se cayeron todos los pósters de tu habitación.
Se vinieron abajo las vidas sin nosotros,
el volver, las palabras tuyas,
Zamora por la ventana.
Nuestro querido Lorca fue el último que se mantuvo en pie,
mirándonos fijamente, como si supiésemos extraer poesía
del fondo color azul.
Comenzaron a aparecer por el suelo las manchas de vino
de los vasos de plástico que se nos habían roto
a partir de las 3.45 de la mañana día sí y día también.
El Instinto Animal se borró de tu ordenador
y tu ordenador también se te rebeló
y tú gritabas y yo te oía a cientos de metros de distancia
y me fui a gritar contigo
porque te había pegado un salto la tristeza,
la nostalgia, la melancolía y todas esas
palabras que significan echar de menos
por entre la letra Q y la T.
La A tampoco funcionaba y ya no podías
escribir mi nombre entre las cosas que no te decía,
que todo se asemejaba al final
a la historia de estar sentados mirando la lavadora.
Yo pasaba cada tarde a verte,
a dejar el hueco de mi espalda en tus cojines
mientras contemplaba tus calcetines sucios
De aquella noche tan elástica, tan de Delirio y lo que vino después:
Con Madriz, Madriz a flor de piel,
Los arrebatos de la calle de la Palma (Tribunal),
Los abrazos rotos que estrenábamos cada vez que cogías el bus y te ibas
y a los cinco minutos sonaba el móvil…
Pero decir imbécil por teléfono no era la mejor idea,
que si no había que recurrir al salvavidas de García Montero
y sabíamos de más de tu fobia a las despedidas en Atocha.
Y es que a veces parecemos los chicos más tristes de la ciudad.
Será por hacer del pasillo que separa nuestras habitaciones
un tren de alta velocidad
de nombre Enrique.





Ana Castro



:.
¿
No
debería ser a
veces más fácil, más
cierto, con el tiempo que no
acompaña, aprender a escapar, a
discernir lo (in)correcto de nadar
bajo el subsuelo? el estómago tiene
razones que un poema no comprende:
las pasiones humanas, los insomnios
venideros con el grifo de fondo,
las cañerías sin salida,
el yo sin
artificios,
las tenta ciones que
con cebo se disfrazan
En preg untas
sin luz.
Silvia Guerrero Rosa
:.
.
Algas. Sus besos fueron algas
enredadas en agua de mar. Algas
en dos mares que se encuentran. Algas.
Dulce Chacón
Siento el vértigo a la orilla
de mis labios.
Un desacato de tus manos a
mis límites.
Una argucia de tu mirada
atravesando muros de papel.

La espina dorsal se me fractura
en mil pedazos
recorrida de punta a punta
por la punta de tu lengua.

La garganta se me llena, se desborda
de latidos de corazón
de órbitas
alojadas ya, en el cielo de mi boca.

Se me desgarran las cuerdas vocales
de columpiarme entre tus piernas,
entre resuellos de agonía
entre mareas inciertas.

Cierra el grifo que derrama
humor, trapecios y toxinas destiladas
entre tus sábanas.
Marta F. Sereno
:.
.

Por aquel entonces si me decías “ven aquí, amor” y las agujas del reloj paraban en seco, despertábamos y te enredabas en mi almohada. Te quedabas allí para siempre, convertido en colonia Calvin Klein, en noches sin dormir y escondiéndote en sueños. Pero siempre llegaban las 21:00 y desaparecías. Esas noches, yo siempre acababa en el baño, perdiéndome en la silueta de mi sombra, desafiando las madrugadas, y venciendo el paso del tiempo acabábamos como siempre: en las mismas obsesiones de lunas a jueves, viernes descanso y el sábado volver a sentirte, el domingo perderte. Empezar. Acabar. Y tirar el reloj a una esquina del cuarto, tachar el calendario y aprender que tú no estás y que las moléculas de aire que respiro huelen a gasoil o goma quemada. Un día más de enero o febrero. Y en cuanto a los príncipes azules, siguen ahí, en un cuadro en la pared. Eso, los de antes. Los de ahora, son de barrio, quieren ser bomberos, socorristas o actores de cine. Sin embargo, Julieta no existe. Y yo, mientras tanto, bajo despacio del coche y mis canciones siguen sonando, como por inercia. Minutos después se acerca y el asiento aún sabe a mí, pero desaparezco. Y le quieres. Siguen sonando mis canciones pero yo ya no existo, ahora solo están tus besos, los suyos y el amor, apasionado, empañando los cristales del BMW, donde minutos antes nos sonreíamos y me mirabas con cariño cuando prometía quererte siempre.
Ahora, el ascensor sube uno a uno los pisos y tú te alejas despacito, en tu coche, prometiendo amor, regalando besos, viviendo sin mí.
Y sin embargo, he crecido de golpe. A golpes.
Y los príncipes, en realidad, se van unos con otros.



Rocío García Rubio

SIN TÍTULO

Quería un mundo perfecto, aunque siempre supo que la idea de una utopía no era del todo posible. Quería olvidarse de su trabajo y volver a su infancia, a los tiempos en los que únicamente tenía que preocuparse de no ensuciarse la camisa cada vez que subía a un árbol; pero sabía que tenía que seguir siendo adulto durante oros cuarenta y cinco años más o menos. Quería estallar y espetarle a su mujer que era homosexual. Quería espetárselo también a la secretaria que cada mañana le tiraba los tejos. Quería tener hijos y saber qué era eso de “la crisis de los cuarenta”. Quería ser una rock’n’roll star.

Quería, hubiera deseado que todas esas ilusiones fuera posibles.

Pero no era así. De ese modo decidió marcharse. No necesitaba nada allá donde iba, ni siquiera sabía cuál era su destino. Miró el reloj: las cinco y veintisiete de la mañana. Abrió la puerta, no sin antes dejar sus llaves y aquel aparato que tanto odiaba sobre la mesita auxiliar.
-Espera- escuchó una voz tras de sí. Su mujer, aún en camisón, se había levantado, sin saber muy bien lo que pretendía su esposo.
Él no dijo nada, únicamente salió y cerró la puerta. Ella, desconcertada, quedó unos minutos clavada en el suelo. Volvió a abrirse la puerta. La cara de su marido apareció de nuevo por la apertura.
-Soy homosexual.
Se cerró la puerta, esta vez para siempre.



Marina Sánchez Burgos


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YA NO PUEDO SER TAN GENEROSO

Antes, mucho antes
hacíamos nuestras las frases
que a la hora de la siesta
pronunciaban los protagonistas.
Luego el descampado nos servía como escenario.
Alguna vez me percaté de tus palabras de guión
y entonces reíamos.
Debió de ser uno de aquellos días
cuando volví corriendo excitado
gritándole a mi abuela que por primera vez
había recorrido solito la calle hasta la plaza.

Por qué los gatos se cobijan
entre las chumberas, papá.
Qué significa chupón (siempre que marco goles).

Dejamos de bajar al parque
y creímos dejar así los juegos
muy lejos de tu cuarto.
Medíamos los silencios de las películas.

Mucho después de haber memorizado las oraciones,
de haber quedado bien a ojos de todos,
se había esfumado la merienda y tuve que descubrir
que las galletas, las miradas, podían entrar
y salir sin control de mi cabeza
(por no hablar de mis manos).

Pero estas palabras son sólo una mala excusa
por haber dejado tu cama de repente,
por quebrar impasible de un portazo
esa pantalla por la que se deslizan lágrimas tuyas.
Una imitación
de los cambios de humor de mi padre.




Eduardo Aceituno Martínez


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