26 de abril de 2009

DE NOMBRE ENRIQUE

El día que comenzaste a usar la palabra imbécil
como un te echo de menos por teléfono,
se cayeron todos los pósters de tu habitación.
Se vinieron abajo las vidas sin nosotros,
el volver, las palabras tuyas,
Zamora por la ventana.
Nuestro querido Lorca fue el último que se mantuvo en pie,
mirándonos fijamente, como si supiésemos extraer poesía
del fondo color azul.
Comenzaron a aparecer por el suelo las manchas de vino
de los vasos de plástico que se nos habían roto
a partir de las 3.45 de la mañana día sí y día también.
El Instinto Animal se borró de tu ordenador
y tu ordenador también se te rebeló
y tú gritabas y yo te oía a cientos de metros de distancia
y me fui a gritar contigo
porque te había pegado un salto la tristeza,
la nostalgia, la melancolía y todas esas
palabras que significan echar de menos
por entre la letra Q y la T.
La A tampoco funcionaba y ya no podías
escribir mi nombre entre las cosas que no te decía,
que todo se asemejaba al final
a la historia de estar sentados mirando la lavadora.
Yo pasaba cada tarde a verte,
a dejar el hueco de mi espalda en tus cojines
mientras contemplaba tus calcetines sucios
De aquella noche tan elástica, tan de Delirio y lo que vino después:
Con Madriz, Madriz a flor de piel,
Los arrebatos de la calle de la Palma (Tribunal),
Los abrazos rotos que estrenábamos cada vez que cogías el bus y te ibas
y a los cinco minutos sonaba el móvil…
Pero decir imbécil por teléfono no era la mejor idea,
que si no había que recurrir al salvavidas de García Montero
y sabíamos de más de tu fobia a las despedidas en Atocha.
Y es que a veces parecemos los chicos más tristes de la ciudad.
Será por hacer del pasillo que separa nuestras habitaciones
un tren de alta velocidad
de nombre Enrique.





Ana Castro



:.

3 comentarios: