21 de abril de 2009

DESPEDIDAS

Quizás, cuando se iba,
su voz silenciosa fue un grito,
una llamada anónima en medio del desierto,
un grito desvirtuado por la nada,
entumecido por el miedo,
a marcharse y no saber por qué,
a quedarse y resultar herido.
Quizás solo pidiese
un último tango en París,
una luna llena en el cielo estrellado,
paz en sus ojos marchitos.
Quizá se fue y no quiso,
o quizás no se marchó y vaga sin rumbo
en el espacio que queda entre el olvido y el recuerdo,
entre la calma y el nerviosismo agudo,
entre la muerte y la vida,
entre el fin y la nada,
en la lejanía de un recuerdo vago y falso.




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Lucía López Zurita


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