26 de abril de 2009

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Otra marabunta de turistas pisotea su sombra, y casi diría su alma. Para ellos no es más que parte del escenario por el que se mueven. Quizá si se hubiese disfrazado como el de allí enfrente o tuviera unos pechos antigravitatorios como la chica de la esquina se percatasen de su existencia. Pero en esta selva urbana incluso un escaparate llama más la atención que una persona. Cuenta una y otra vez con sus dedos llenos de mugre las escasas monedas que apenas alcanzan a cubrir el fondo de la gorra; unos dedos amnésicos, que ya no son capaces de componer ni una leve caricia. Mientras tanto, su cabeza hace eclipse con el mediodía. Y cuando el cielo barcelonés se empieza a nublar y caen los primero goterones, alza el rostro para que se diluyan con los que ruedan mejillas abajo, y hasta el suelo –plof-. Parapeta su cuerpo menudo bajo unas revistas en las que él era portada, un artista, el rey de su mundo. Y ahora, el rey del submundo.
Raquel Silva León
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