26 de abril de 2009

SIN TÍTULO

Quería un mundo perfecto, aunque siempre supo que la idea de una utopía no era del todo posible. Quería olvidarse de su trabajo y volver a su infancia, a los tiempos en los que únicamente tenía que preocuparse de no ensuciarse la camisa cada vez que subía a un árbol; pero sabía que tenía que seguir siendo adulto durante oros cuarenta y cinco años más o menos. Quería estallar y espetarle a su mujer que era homosexual. Quería espetárselo también a la secretaria que cada mañana le tiraba los tejos. Quería tener hijos y saber qué era eso de “la crisis de los cuarenta”. Quería ser una rock’n’roll star.

Quería, hubiera deseado que todas esas ilusiones fuera posibles.

Pero no era así. De ese modo decidió marcharse. No necesitaba nada allá donde iba, ni siquiera sabía cuál era su destino. Miró el reloj: las cinco y veintisiete de la mañana. Abrió la puerta, no sin antes dejar sus llaves y aquel aparato que tanto odiaba sobre la mesita auxiliar.
-Espera- escuchó una voz tras de sí. Su mujer, aún en camisón, se había levantado, sin saber muy bien lo que pretendía su esposo.
Él no dijo nada, únicamente salió y cerró la puerta. Ella, desconcertada, quedó unos minutos clavada en el suelo. Volvió a abrirse la puerta. La cara de su marido apareció de nuevo por la apertura.
-Soy homosexual.
Se cerró la puerta, esta vez para siempre.



Marina Sánchez Burgos


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